Salvo el tropiezo que fue Alicia en el País de las maravillas en
el 2010, las últimas películas de Tim Burton (Sombras tenebrosas, Sweeney
Todd y El cadáver de la novia)
poseen —para beneplácito de sus fans— los elementos que hicieron de sus primeras
cintas una filmografía sui géneris. A la primera lista se agrega este otoño Frankenweenie, obra autorreferencial y probablemente
la más autobiográfica de su carrera.
La
premisa es tan sencilla como conmovedora: tras la muerte de su perro, Víctor
Frankenstein desentierra a su mascota para traerla de nuevo a la vida usando
como inspiración su clase de ciencias. Pronto otros niños descubren su secreto
e imitan el proceso que desata el caos en el pequeño pueblo que habitan.
Personajes
extraños y marginados; iconos de las viejas películas de horror y un negro
sentido del humor están presentes en esta cinta animada que es ya un nuevo
clásico Burtoniano. Igualmente notable es el trabajo actoral de viejos conocidos
del director: Winona Ryder, Catherine O´Hara, Martin Short y Martin Landau, a
los que se unen jóvenes como el genial Atticus Shaffer.
Mención
aparte merece el personaje del profesor Rzykruski (M. Landau) que, además de inspirar al
pequeño Víctor, fustiga la concepción que muchos estadounidenses tienen de la
ciencia ("la gente sólo quiere de la ciencia sus productos, no sus interrogantes"). Si bien la cinta se mueve en los terrenos de lo sobrenatural, en el
fondo, junto a los temas de la amistad y la muerte, también yace la curiosidad
científica inherente a los años de infancia. En un país primermundista como lo
es Estados Unidos en la que muchos ciudadanos consideran el calentamiento global
o la evolución como falacias, el comentario de Mr. Rzykruski convierte a esta cinta en un producto que va más allá
del mero entretenimiento. Un total acierto de su director.
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