Título: La Princesa y el Sapo (The Princess and the Frog, EUA, 2009)
Director: Ron Clements y John Musker
Voces: Anika Noni Rose, Bruno Campos, Jim Cummings y Oprah Winfrey

En 1998 apareció Mulan y se acabaron las princesas Disney; el año siguiente salió Tarzán y la compañía dijo adiós a los musicales y a los cuentos de hadas. Las siguientes películas animadas en 2D incluyen Atlantis, Planeta del Tesoro y Vacas vaqueras, que fueron rotundos fracasos en taquilla y crítica. Desde entonces, Disney vive gracias a Pixar y algunas películas olvidables en 3D que salen un vez al año. De cualquier forma las princesitas cantarinas eran cosa del pasado.
En la extraña y oscura década de los 00's, las princesas experimentaron un boom comercial en cuanto a la amplísima línea de productos que salió por esos años. Si a finales de los 90's las niñas podían soñar con ser doncellas guerreras y salvar a sus pueblos, en los 00's volvieron a soñar con ser princesas engalanadas que esperan a sus príncipes azules. Disney ganaba millones con sus princesas, pero le faltaba un producto para colocar en el mercado: la princesa afroamericana.
No hay que ser ingenuos, la razón detrás de esta película es tener una nueva princesa negra, para vender muñecas, vestiditos y cualquier parafernalia imaginable al mercado afroamericano, al que Disney había ignorado alegremente por mucho tiempo. Toda la película está construida alrededor de esta premisa: "Tenemos que hacer una princesa negra"; todo lo demás se adapta (forzada y obviamente) a dicha premisa.

La cinta está repleta de todos los clichés que hicieron del cine de princesitas un género caduco a finales de los 90's. Lo peor es que esos elementos no están siquiera a la altura de los verdaderos clásicos de Disney, como La Sirenita o La Bella y la Bestia, sino que recuerdan más bien a esas imitaciones baratas que hacían otros estudios, como La princesa encantada o Anastasia, si es que alguien las recuerda.
Por lo demás, es una película simpática, con buena música, ambientación, animación y con personajes entrañables, aunque, eso sí, por completo intrascendente.